La creación del llamado cinema verité se debe al francés Jean Rouch, quien después de estudiar a fondo la etnografía africana, llegó a la conclusión de que, al registrar en forma de documental una determinada forma de vida, se establecía una relación con ella. Al igual que le sucedió a Flaherty con Nanook, Rouch descubrió que participantes y cineasta podían compartir protagonismo. Si se permitía y se fomentaba la interacción de director y personajes, el cinema verité legitimaba la presencia de la cámara y le daba al director el papel de catalizador de lo que tenía lugar en la pantalla. Y, lo que es más importante, le autorizaba a provocar hechos significativos y, al mismo tiempo, buscar momentos de privilegio, en lugar de esperar, de manera pasiva, a que éstos ocurrieran realmente.
Eric Barnouw, en su excelente obra The Documentary: A History of the Non Fiction Film (London: Oxford University Press, 1974) resume las diferencias: El documentalista de cine directo ponía la cámara como testigo de una determinada situación de tensión y esperaba hasta que se producía la crisis; en la versión de Rouch del cínema verité se trataba de precipitar o provocar esa situación de tensión. El realizador de cine documental directo aspiraba a ser invisible; el del cínema verité de Rouch era un participante declarado. En el cine directo hacía el papel de espectador de lo que aconteciera; en el cínema verité adoptaba el de provocador del acontecimiento. El cine directo encontraba su verdad en hechos asequibles a la cámara. El ideal de exaltada fidelidad a los hechos reales se evapora más deprisa si se consideran las implicaciones que lleva consigo hacer un montaje que supone unir rutinariamente en la pantalla lo que en la vida real está separado en el tiempo y en el espacio. Como sucede en el cine de ficción, el documental está totalmente mediatizado por sentimientos humanos bien definidos, a pesar de su apariencia de objetividad y verosimilitud. Resume lo mejor que puede más bien el espíritu que la letra de las cosas y por esto es más interesante.
En definitiva, son los espectadores con su conocimiento de la vida quienes finalmente confieren la impronta de “creíble” a las películas, lo cual es igualmente subjetivo, pues requiere juicios emocionales y empíricos.
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